• Érase una vez…

Tus hijos te piden cuentos. ¿Cómo no darles una ración? Reserva la lectura para un momento determinado del día y solo si están tranquilos. Elige un lugar cómodo para sentaos juntos, señala las ilustraciones y explícales lo que no entiendan. Modula la voz y varía el ritmo según el texto. Deja que pregunten y cuando sean algo mayores, llévales a la biblioteca para que elijan sus propios libros. Pero mientras tanto, aquí tienes un puñado de historias breves para sumergiros juntos en el mundo de la fantasía…

 

 

El árbol mágico (para niños de 2-3 años)

Hace mucho, mucho tiempo, un niño paseaba por un prado donde encontró un árbol con un cartel que decía: “Soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás”.



El niño, boquiabierto frente a él, trató de acertar el hechizo, y probó con “abracadabra”. Luego con “ábrete sésamo”, “supercalifragilisticoespialidoso”, “tan-ta-ta-chán” y muchas otras, pero nada.

Rendido, vencido, agotado, se tiró suplicante diciendo: «¡Por favor, arbolito!», y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: «Sigue haciendo magia». Entonces el niño dijo «¡Gracias, arbolito!», y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.



El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo. Por eso se dice siempre que «por favor» y «gracias», son las palabras mágicas.

 

El pirata bueno (para niños de más de 6 años)

Manos Largas era un niño pirata; hijo, nieto y bisnieto de piratas. Él realmente nunca había robado nada ni asaltado ningún barco, pero en su familia todos daban por seguro que sería un pirata de primera.

Sin embargo, a Manos Largas no le atraía para nada la idea de dedicarse a robar a la gente. Lo sabía porque de pequeño uno de sus primos le robó uno de sus juguetes favoritos y aquello le había sentado fatal.



Según fue creciendo, el bueno de Manos Largas empezó a angustiarse con la idea de que en cualquier momento surgiera su verdadera personalidad de pirata y no pudiera evitar dedicarse al robo, al abordaje y los pillajes.

Cada mañana, al despertar, se miraba al espejo para ver si se había producido aquella horrible transformación que tanto temía. Pero cada mañana tenía el mismo aspecto de buena persona que el día anterior.



Con el tiempo, todos se dieron cuenta de que Manos Largas no era un pirata como los demás, pero era tan larga la tradición familiar de estupendos piratas, que ninguno se atrevía a decir que no era pirata. «Simplemente», decían, «es un pirata bueno», y lo seguían diciendo a pesar de que Manos Largas hubiera estudiado medicina y dedicara sus días a cuidar de los enfermos de la ciudad. Sin embargo, Manos Largas seguía temiendo convertirse en pirata, y cada mañana seguía mirándose en el espejo. 



Hasta que un día, viéndose viejecito, y mirando a sus hijos y sus nietos, ninguno de los cuales había llegado a ser pirata, se dio cuenta de que ni él ni nadie tenía que ser pirata ni ninguna otra cosa de forma natural ni por obligación. ¡Todos podían ser lo que hicieran de sus vidas! Y él, que había sido lo que había elegido, se sentía profundamente satisfecho de no haber elegido la piratería.


 

 

Los niños de colores (para niños de 2 a 4 años)

Había una vez dos preciosas hermanitas llamadas Branda y Nadira. A las dos les gustaba ir al parque a jugar en el columpio y el tobogán. Pero un día, al llegar se encontraron con unos niños que eran diferentes: uno tenía la piel muy oscura como el chocolate, otro era muy pálido, casi amarillo, y otro rojo como un tomate. 

Branda y Nadira se pusieron en un rincón y no se atrevían a acercarse a los niños, porque estaban asustadas, hasta que apareció allí el gnomo del parque:

    -¿Por qué no juegan hoy, pequeñas?
    – Pues porque hay unos niños de colores y nos dan miedo– respondieron ellas.

El gnomo les hizo otra pregunta:

    – ¿Han visto la nueva fuente del parque?
    -No, pero ¿qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?
    -Pues mucho -les contestó el gnomo- vengan conmigo y verán. 



Entonces las llevó hasta la nueva fuente. ¡Era enorme! El agua saltaba hacia las nubes y luego caía en una gran cascada. Con sus manitas, Branda y Nadira cogieron un poco del agua y la probaron. Era limpia y fresca. De pronto, unos focos de luz hicieron que el chorro de luz pareciera otro: se veía de un rosado intenso, parecía un gran batido de fresa…

     -¡Prueben el agua!– gritó el gnomo.

Ellas lo hicieron pero el agua seguía sabiendo igual que antes. El color volvió a cambiar y ahora era verde como la menta. Luego se volvió marrón como el chocolate. Y después, amarillo como la vainilla. Sin embargo, cada vez que la probaban, el agua sabía igual que la primera vez. El gnomo les explicó que, aunque se viera de distintos colores, seguía siendo agua limpia y fresca. Y que igualmente, esos niños, aunque fueran de otro color por ser de razas diferentes, seguían siendo niños y seguramente estaban deseando hacer amigos y jugar.



Branda y Nadira se acercaron donde estaban los niños de colores y se pusieron a jugar con ellos. ¡Se divirtieron muchísimo! Ellos les enseñaron muchos juegos y canciones de sus países, y ellas, los juegos de su propia tierra. Cuando comenzó a oscurecer, los niños regresaron a sus casas para descansar y el gnomo se quedó, como siempre, cuidando de los columpios, de la fuente y del parque, para que al día siguiente todos los pequeños de todos los colores pudieran volver a jugar. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

 

 

La cola del león (para niños de más de 6 años)



En una pequeña aldea vivía un niño llamado Leo. Era un chico delgado y bajito y vivía siempre con el miedo en el cuerpo, pues algunos chicos de un pueblo vecino le acosaban y trataban de divertirse a su costa.

Un día, un joven mago que estaba de paso por la aldea vio las burlas. Cuando los chicos se marcharon, se acercó a Leo y le regaló una preciosa cola de león, con una pequeña cinta que permitía sujetarla a la cintura.



    – Es una cola mágica. Cuando la persona que la lleva actúa valientemente, esa persona se convierte en un fierísimo león.



Leo había visto los poderes de aquel joven mago algunos días antes durante sus actuaciones, así que no dudó de sus palabras. Desde aquel momento decidió llevar la cola de león colgando de su cintura. Mientras, esperaba a que aparecieran los chicos malos para darles un buen escarmiento…



Sin embargo, cuando llegaron los chicos, Leo tuvo miedo y trató de salir corriendo. Pronto lo alcanzaron y lo rodearon. Ya iban a comenzar las bromas y empujones de siempre cuando Leo sintió la cola de león colgando de su cintura. Entonces el niño, juntando todo su coraje, tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró, levantó la cabeza, miró fijamente a los ojos a cada uno de ellos, y con toda la calma y fiereza del mundo prometió que si no le dejaban tranquilo en ese instante, uno de ellos, aunque sólo fuera uno, se arrepentiría para siempre. Hoy, mañana, o cualquier otro día… y siguió mirándolos a los ojos, con la más dura de sus miradas, dispuesto a cumplir lo que decía.



Leo sintió un gran escalofrío. Debía ser la señal de que se estaba transformando en un león, porque las caras de los chicos cambiaron su gesto. Todos dieron un paso atrás, se miraron, y finalmente se marcharon de allí corriendo. Leo tuvo ganas de salir tras ellos y destrozarlos con su nueva figura, pero cuando intentó moverse, sintió sus piernas cortas y normales, y tuvo que abandonar esa idea.



No muy lejos, el mago observaba sonriente, y corrió a felicitar a Leo. El niño estaba muy contento, aunque algo desilusionado porque su nueva forma de león hubiera durado tan poco, y no le hubiera permitido luchar con aquellos chicos.



    – No hubieras podido, de todas formas– le dijo el mago – Nadie lucha contra los leones, pues sólo con verlo, y saber lo fieros y valientes que son, todo el mundo huye. ¿Has visto alguna vez un león luchando?



Era verdad. No recordaba haber visto nunca un león luchando. Entonces Leo se quedó pensativo, mirando la cola de león. Y lo comprendió todo. No había magia, ni transformaciones, ni nada. Solo un buen amigo que le había enseñado que los abusones y demás animalejos cobardes nunca se atreven a enfrentarse con un chico valiente de verdad.

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