• «La rapidez es clave ante un problema de habla»


Beatriz L. Sánchez Armenta, logopeda especialista en problemas infantiles

 

¿Será normal que nuestro hijo no sepa pronunciar un determinado sonido? ¿Le corrijo? ¿A qué edad debería hablar bien? Los padres nos preocupamos a menudo porque nuestros hijos sepan expresarse correctamente. Pero lo cierto es que los niños no vienen al mundo con un manual bajo el brazo que nos explique cómo deben desarrollar la capacidad de hablar. Por eso, en Arnidol hemos conversado con Beatriz L. Sánchez Armenta, logopeda que actualmente trata problemas infantiles en el Instituto de Lenguaje y Desarrollo, un centro de psicología especializado en el diagnóstico y el tratamiento de diversos trastornos del desarrollo.

 

¿Siempre es necesario acudir a un logopeda cuando se detecta una dificultad en el habla de nuestro hijo? 

B.L Sánchez: Sí, es necesario cuando aparecen alteraciones que reflejan un retraso o un desvío en la línea del desarrollo normal. Aunque cada niño adquiere el lenguaje a un ritmo distinto, lo normal es empezar a crear sonidos y a jugar con las posibilidades de la voz entre los dos o tres primeros meses de vida. A los siete meses el niño ya hace cadenas silábicas repetidas (“ba-ba-ba”) y al año, composiciones silábicas variadas (“babu-babi”). De los 12 a los 18 meses, empieza a ser capaz de decir palabras aisladas. Por lo tanto, si a los 18 meses el niño no realiza ningún tipo de emisión, es recomendable consultar a un profesional, pues en las dificultades de lenguaje es crucial la prontitud con la que se detecte y trate el problema para descartar patologías más importantes o para descubrir alteraciones del desarrollo más severas, como el autismo o un retraso mental.

 

Por otro lado, a los 24 meses el niño empieza a hacer uso de recursos que le permiten adquirir el lenguaje dentro de sus limitaciones articulatorias, como por ejemplo, abreviar palabras (“zapato”“pato”) o sustituir sonidos que todavía no puede pronunciar por otros que ya domina (“casa” “tasa”). Estos recursos son los “procesos fonológicos de simplificación”. Si ciertos procesos perduran en el tiempo, es decir, si el niño presenta un habla ininteligible a los dos años y medio, también es recomendable consultar al logopeda. Además, hacia los cinco años, el niño ya debe tener adquirido el lenguaje, pues será capaz de realizar oraciones complejas y pronunciar correctamente los diferentes sonidos.

 

¿Cuáles son los problemas más frecuentes que os encontráis en niños?

B.L.S: Uno de los problemas que aparece en edades tempranas son las dificultades de pronunciación y discriminación auditiva de determinados sonidos, que pueden ser leves o graves en función de la edad del niño. Un ejemplo es la sustitución del fonema /s/ por el fonema /z/ (“zapo” en lugar de “sapo”), que a los cinco años sería un retraso leve. Pero también nos encontramos con retrasos más severos, como cuando el niño tiene tres años y un habla ininteligible y con múltiples sustituciones de sonidos. Otro problema habitual son las dislalias, dificultades puramente de pronunciación como por ejemplo en niños que no pronuncian el fonema /r/ múltiple (“caro” en lugar de “carro”).  Luego, son frecuentes las dificultades comprensivas y/o expresivas del lenguaje. En niños más mayores suelen darse problemas con el aprendizaje de la lecto-escritura, y estas están en muchas ocasiones relacionadas con dificultades del lenguaje.

 

¿Hay que insistir al niño para que pronuncie bien el sonido que le cuesta?

B.L.S: En este caso lo recomendable es dejar que el niño termine de hablar, sin interrumpirle y, a continuación, en lugar de corregirle directamente (“no se dice ‘zapo’, se dice ‘sapo’”) o hacerle repetir lo mismo, es mejor repetir correctamente la misma palabra que el niño ha dicho, haciendo especial hincapié en el sonido que queremos corregir, alargando y exagerando su pronunciación (“¡Ah! El ssssssapo”). Así, el niño escucha un modelo correcto de palabra sin recibir  una reacción negativa de los padres, cosa que podría afectar a su seguridad y dar lugar a una menor iniciativa a la hora de hablar.

 

¿Y qué pasa si no hay manera de entender lo que nos dice?

B.L.S: Entonces la mejor opción es intentar averiguarlo dándole alternativas. Por ejemplo, si el niño está en la cocina y dice algo mirando a varios objetos, le podemos responder: “¿Quieres el vaso?”. Si nos dice que no, entonces debemos ir probando con otras opciones hasta averiguarlo. Otras veces, si no es posible entenderle, es preferible asentir pero evitar decirle: “¿qué has dicho?”, “no te entiendo”, “dilo más despacio”. En estos casos, realmente el niño no puede decirlo de forma más adecuada, así que repetirá lo mismo, seguiremos sin entenderle, él se frustrará y acumulará una nueva experiencia negativa relacionada con su habla.

 

¿Cómo debemos implicarnos los padres en el problema de nuestro hijo?

B.L.S: En la intervención logopédica no sólo se trabaja con el niño, sino también con los padres, pues es muy importante su colaboración e implicación en el tratamiento. Por eso, les ofrecemos orientaciones específicas sobre la estimulación del lenguaje. Entre las pautas que reciben se les enseña cómo deben reaccionar ante dificultades de pronunciación o entendimiento de lo que el niño intenta expresar.

 

¿Qué buenos hábitos o prácticas podemos hacer en casa para ayudar a que nuestros hijos aprendan a hablar bien?

B.L.S: Les podemos ayudar si les hacemos sentir competentes a la hora de hablar y fomentamos que sean ellos los que tomen la iniciativa comunicativa. Para ello se debe:

 

  1. Crear un clima de acogida y aprobación en la comunicación. Es importante responder a todo intento de comunicación del niño; no interrumpir el diálogo para corregir sus errores; darle margen para que emplee los recursos comunicativos y lingüísticos que posee, y no hacerle demasiadas preguntas directas (“¿Qué hace el conejo?”) pues reducirá su toma de iniciativa. Los niños responden mucho mejor a comentarios cortos sobre el juego o el cuento que estén mirando.
  2. Ofrecer al niño un modelo de lenguaje fácil de imitar. Es necesario usar un tono de voz agradable, hablar despacio y claro, vocalizar marcando la pronunciación de cada sonido, hacer pausas entre frase y frase, y adaptar nuestro lenguaje al suyo (frases cortas y fácilmente comprensibles).
  3. Garantizar que el niño entienda lo que se le dice. Por eso hay que observar cómo habla y dirigirnos a él del mismo modo; hemos de hablar de acontecimientos presentes en el contexto y acerca de los objetos a los que el niño está prestando atención en ese momento.
  4. Hacer que el niño participe en la conversación. Es importante interpretar cualquier vocalización o gesto por parte del niño como intentos de participar en la conversación, aunque en las primeras etapas sea solo el adulto el que participe. A medida que el niño avance, hay que proporcionarle modelos de diálogo, estableciendo los turnos de conversación (Adulto: ¿Qué hace el niño? // Niña: (Silencio) // Adulto: Se sube al tobogán). Y es importante ampliar cualquier tema que introduzca el niño (Niña: “Conejo está ahí” // Adulto: Sí, el conejo está ahí. Quiere comer. Come lechuga. ¿Quieres dar lechuga al conejo?)
  5. Motivar al niño para que exprese sus ideas. Es bueno realizar actividades que al niño le resulten interesantes y divertidas, y hablar de ellas. Al preguntarle, hemos de intentar que las cuestiones no se contesten con un “sí/ no”, sino que den lugar a que el niño pueda contar cosas. Es mejor decir “¿Qué has hecho hoy en la clase de gimnasia?” que “¿Has trabajado mucho en el cole?
  6. Favorecer las relaciones sociales del niño. Hay que procurar que observe cómo otros niños (o incluso adultos) hablan dentro del grupo. Cuando la actitud del niño sea la de evitar la situación de hablar, se le indicará qué es lo que debe hacer (“Dime de qué color es… Que sé que lo sabes muy bien… Si no lo sabes, no pasa nada”). Si persiste en su actitud, se desaconseja insistir más, puesto que puede generar más tensión en el niño.
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